OCURRIÓ UN DÍA 5

                   

Fue un día aciago según cuenta la Historia, aquél 5 de abril de mil ochocientos...,  nació de santa madre y mejor padre un bandolero, un domador de pulgas, un malandrín, un encantador de serpientes, un perseguidor de hembras hermosas, un roto y un descosido, un cero a la izquierda.

A ese portento, a ese malnacido, a ese julandrón, tuvieron a bien sus buenos padres de ponerle por nombre Saudades.

Aún hoy son muchos los padres que escopeta en ristre le persiguen, unos para obligarle a casarse con su hija, aquella que perdió la honra, otros para borrarle de la faz de la tierra, pero no tienen suerte, el tipo de los mil disfraces se rie de su sombra que le persigue como alma en pena.

Llegará el día, aún lejano, que seguirá persiguiendo hembras, pero ya no sabrá para qué, mientras tanto el bandolero está sentado a la orilla del camino, tiene los pies metidos en un riachuelo y está mirando y admirando a las montañas que se ven allá a lo lejos, aún le queda en algún recóndito rincón de su alma una brizna de sensibilidad.

Pero todo el mundo quieto parao, veo por el camino un borriquillo y a su grupa una linda dama, me mira con ojos llenos de luz y una sonrisa en sus labios, la saludo quitándome el sombrero y reverenciando a la belleza, se baja del pollino y me regala su compañía allá a la orilla del camino, junto al río. Cuentan los trovadores que el julandrón quedó tan prendado de la dama que ya nunca fue el mismo.

Ella marchó como se va la tarde, pero le dejó marcado, ahora cuentan que vaga por los caminos como alma en pena, penando su amor, aquél que encontró a la orilla del camino.

Y nacerán nuevos días y se andarán nuevos caminos, y el caminante verá allá a lo lejos una sombra, una sombra de algo que fue y se ha marchado, se ha marchado por los caminos polvorientos del amor.

Saudades