viernes, 27 de marzo de 2015

RAFAEL ALBERTI

Autor:  Saudades
(Pirograbado)



La poesía es siempre un acto de paz. El poeta nace de la paz como el pan nace de la harina. Los incendiarios, los guerreros, los lobos buscan al poeta para quemarlo, para matarlo, para morderlo. Un espadachín dejó a Pushkin herido de muerte entre los árboles de un parque sombrío. Los caballos de pólvora galoparon enloquecidos sobre el cuerpo sin vida de Petöfi. Luchando contra la guerra murió Byron en Grecia. Los fascistas españoles iniciaron la guerra en España asesinando a su mejor poeta.

Rafael Alberti es algo así como un sobreviviente. Había mil muertes dispuestas para él. Una también en Granada. Otra muerte lo esperaba en Badajoz. En Sevilla llena de sol o en su pequeña patria, Cádiz y Puerto de Santa María, allí lo buscaban para acuchillarlo, para ahorcarlo, para matar en él una vez más la poesía.

Yo conocí a Rafael Alberti en las calles de Madrid con camisa azul y corbata colorada. Lo conocí militante del pueblo cuando no había muchos poetas que ejercieran ese difícil destino. Aún no habían sonado las campanas para España, pero ya él sabía lo que podía venir. Él es un hombre del sur, nació junto al mar sonoro y a las bodegas de vino amarillo como topacio. Así se hizo su corazón con el fuego de las uvas y el rumor de la ola. Fue siempre un poeta aunque en sus primeros años no lo supo. Después lo supieron todos los españoles, más tarde todo el mundo.

Para los que tenemos la dicha de hablar y conocer la lengua de Castilla, Rafael Alberti significa el esplendor de la poesía en la lengua española. No sólo es un poeta innato, sino un sabio de la forma. Su poesía tiene, como una rosa roja milagrosamente florecida en invierno, un copo de la nieve de Góngora, una raíz de Jorge Manrique, un pétalo de Garcilaso, un aroma enlutado de Bécquer. Es decir, que en su copa cristalina se confunden los cantos esenciales de España.[....]

 

P. Neruda en "Confieso que he vivido"

viernes, 20 de marzo de 2015

PERSIGUIENDO A LA NOCHE

 




 
Era una pequeña hormiga, igual a millones de hormigas, solo aparentemente, nació en un cuerpo equivocado, nació aventurera siempre persiguiendo quimeras,  imposibles, una soñadora. Cuando la luna salía de su sueño diurno ella se escapaba del hormiguero en busca de esa luz rodeada de tantos misterios, encontró en su camino luciérnagas, búhos y estrellas, encontró un mundo tan distinto y distante, con sus silencios y susurros, con sus misterios, y no estaba sola.



Descubrió tu cuerpo de diosa de la noche y soñó.

 Era un hombre solitario perseguidor de caminos sin final, de noches mirando a las estrellas, un hombre sin pasado, solo días que se apagaban en un calendario, decían de él que recorrió el mundo sin saber el porqué, avanzaba como lo hacen las horas, sin pararse a mirar a ningún lado, pero te vio, la luna se reflejaba en tus ojos, la noche se miraba en tu cuerpo… el caminante detuvo sus pasos mientras aprendía el sentido de una palabra no conocida, “admiración”.

Nunca más se separó de tu mirada, de tu andar pausado descubriendo con la mirada cada rincón de un mundo regalado, dos manos unidas, dos cuerpos entonando una melodía, un palpitar al unísono que semejaba el tic-tac del universo, mientras este, el universo en pleno,  se rendía a tu belleza.

 

Amanece, la pequeña hormiga regresa, y hace lo que las demás hormigas, trabajar.
 

                 Saudades - 2015



 

viernes, 13 de marzo de 2015

ANTES DE NACER


Catherine la Rose



Las letras no quieren salir de su letargo, los peces se paran a mirarme esperando el milagro que no ocurre, quiero hablar de ti desde hace largo tiempo, vivo sólo para contarlo y no sé cómo empezar, me falta la luz que ilumine mi mente, me falta el perfume de las flores que aquí se ahogan, me falta recorrer todos los caminos que me llevan a ti, me falta bucear en tu cuerpo donde cada tarde me posaba, me falta mirarme en tus ojos, libro abierto de tu alma, me falta el calor que tú me dabas.

Las noches son muy largas cuando el mar duerme, las corrientes me quieren arrastrar a otros mares lejanos, quieren romper mis amarras atadas a tu recuerdo, quieren convertirme en un sueño que se fue.

El día después:

Fue una noche infernal, el agua era muy fría y me llevó consigo lejos, muy lejos… poco a poco murió la poesía, mucho antes de nacer.

 

Saudades - 2015

 

lunes, 9 de marzo de 2015

VIDA COTIDIANA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO: EL SEXO




Alrededor de la Corte de los Austrias existía un amplio número de bufones y personajes monstruosos, muchos de ellos retratados a la perfección por los pinceles de Velázquez. Además de su faceta lúdica, alrededor de ellos existía cierto morbo por su mítica capacidad sexual. Y es que el sexo en la Edad Moderna tuvo un destacado papel, a pesar de la represión impuesta por la Iglesia contrarreformista. Las instrucciones de los confesores en los libros de espiritualidad o en los sermones se hacia continua referencia al sexo. Era necesario construir una moral colectiva que persiguiera el placer por lo que, desde los púlpitos, el sexo fue perseguido y se impuso el puritanismo. El propio Carlos I aconsejaba a su hijo Felipe II. "Yo os ruego, hijo, que se os acuerde de que, pues no auréys, como estoy cierto que será, tocado a otra mujer que la vuestra, que no os metáys en otras vellaqueryas después de casado, porque serya el mal y pecado muy mayor para con Dyos y con el mundo". El propio Felipe señalaba al justicia de Valencia en 1565: "hay algunas personas seglares, casadas y solteras, que biven profanamente teniendo concubinas públicas, (...) mandamos que proveays por la mexor manera que los que están en pecado sean exemplarmente castigados".

La Inquisición dirigió sus pasos hacia la eliminación de la creencia de que la fornicación no era pecado. El adulterio era severamente castigado, llegando a la muerte por apedreamiento. Todas estas represiones indican que el sexo estaba a la orden del día en el siglo de Oro español y que la sociedad no era tan pía como la Iglesia y el Estado pretendían demostrar.

A lo largo del siglo XVII empieza a ganar en popularidad  la figura del marido consentido, cornudo complaciente que no duda en prostituir a su mujer. Numerosas comedias teatrales incluyen este personaje en sus tramas y algunos se quejan del trato recibido por los amantes de sus esposas. Uno de ellos llega a reprimir al despechado amante, que convencido de que la moza se acuesta con un tercero, intenta castigar la osadía con un golpe en el rostro, diciendo el marido que él no entra en cuestiones de celos pero que en la cara no la pegue porque le daña el negocio. El marido engañado por su mujer podía ejercer la justicia por su cuenta, siempre que sorprendiera a los amantes "in fraganti". Para ello necesitaba a un testigo y tenía que matar a ambos. El honor llevaba a cumplir con la condena pero la razón llevaría a más de un marido engañado a volver la cara hacia otro lado. Numerosos viajeros extranjeros se hacen eco del desenfreno sexual que se vivía en algunos ambientes de la Corte. Brunel comentó que "no hay nadie que no mantenga a una querida o que no caiga en las redes amorosas de una prostituta".

El propio rey Felipe IV es un claro ejemplo de don Juan. Sus hijos naturales se elevan a la treintena, aunque sólo reconociera a uno, don Juan José de Austria, fruto de las relaciones con una actriz conocida como la "Calderona". Sus amantes son innumerables y se contaban entre todas las clases sociales. Tras las relaciones con el monarca, todas tenían reservado el mismo destino: el convento. Una mujer que había sido tocada por el monarca, sólo podía estar cerca de Dios. Por esta razón una cortesana rechazó el amor del rey respondiendo: "Majestad, no tengo vocación de monja". Otro de los grandes amantes del siglo XVI será don Juan de Tassis, el famoso conde de Villamediana, rival del propio Felipe IV. Los mentideros cortesanos apuntan a un posible amorío entre el conde y la reina, doña Isabel de Borbón. Don Juan murió de manera violenta, apuntándose a la mano del rey como la que ordenó su asesinato.

El clero tampoco estuvo exento de esta fiebre sexual. El celibato eclesiástico se llevaba muy mal y era frecuente la manceba que acompañaba a los sacerdotes, incluso a los inquisidores. La figura del clérigo solicitante, será duramente castigada por el Santo Oficio. Entre Toledo, Zaragoza y Granada ofrecen 320 casos entre 1540-1700. El clérigo Marco Antonio Ávila será procesado en 1608 por haber solicitado desde su confesionario los amores de 29 mujeres. La prostitución será una de las salidas más frecuentes a estos ardores sexuales con los que la sociedad aristocrática española parecía convivir. Como bien dice García Cárcel: "este despliegue de energías sexuales tuvo los contrapesos de una religiosidad obsesiva y la fijación por las pautas conductivas que marcaba el honor social".

¿Qué tendrá la carne?   !RELECHES!!!


 

lunes, 2 de marzo de 2015

EL TREN DE VILLAGARCIA



 
No bien asumió el poder, el gobierno provisional de la República empezó a suspender diarios de gran circulación, y, si se tiene en cuenta que casi todos los ministros procedían del periodismo, habrá que comparar este hecho histórico con el de Hernán Cortés, cuando, en su propósito de no abandonar jamás ni un palmo del territorio que conquistase, quemó todas las naves al llegar a Méjico. Yo me encontraba, a la proclamación de la República, en Nueva York, enviando correspondencias al ABC, y decidí regresar a España. Por cierto que en la hoja de desembarque, allí donde cada cual tiene que declarar el objeto de su viaje, puse “solicitación de un alto cargo”, lo que, por un sí o por un no, me valió la más amable acogida por parte de las autoridades del puerto. Huelga decir que aún no he solicitado nada; pero en aquellos días un español que al repatriarse no tuviera intención de pedir algo, se hubiera hecho sospechoso, y a mi no me gusta crearme complicaciones cuando estoy viajando.



Ello es que a los dos meses, más o menos,  de proclamarse la República, yo me encontraba en Villagarcía de Arosa esperando el tren de Santiago para ir a Vigo y trasladarme luego a Madrid. No recuerdo ya la hora a que el tren debía encontrarse en la estación; pero habían pasado diez minutos y aún no había llegado. De pronto se oyó un ruido.

 

-El tren. El tren –dijo la gente.

 

-Ya viene.

 

El ruido, sin embargo, tenía más de humano que de mecánico. Era un ruido así como de toses, gemidos y estornudos. No parecía sino que alguien, una persona asmática probablemente, estuviera echando el bofe a un paso de nosotros.

 

-El tren. Ya está ahí –seguía diciendo la gente.

 

Y era el tren, en efecto; pero aún no estaba allí. Desde el punto donde se encontraba hasta la estación había una cuestecilla, y el tren no tenía fuerzas para subirla. Pasaban ya veinte minutos de la hora de llegada. El tren soplaba, jadeaba, suspiraba, y la impaciencia del público iba transformándose en un sentimiento que tenía mucho de piedad. Ya conocen ustedes la ternura del alma gallega. Al ver los esfuerzos desesperados de aquel tren tan viejecito, una mujer del pueblo exclamó a mi lado:

 

-         ¡Pobriño!...

 

Y, contagiado por el ambiente, hasta yo mismo, que llegaba de Nueva York comencé a sentir remordimientos por haber ido a la estación con demasiado equipaje…

 

Por fin, en un esfuerzo supremo, el tren logró dominar la cuesta, y al poco rato aparecía en el andén, donde unos hombres, con la mayor solicitud, le hicieron tomar algo de agua, mientras otros le daban frotaciones y lo limpiaban del polvo y la  carbonilla.

 

Y hemos aquí ya en plena cuestión conceptual. No bien hubo el tren entrado en agujas, cuando un señor, no lejos de mi, exclamó a grandes voces:

 

Pero, ¡habrase visto un escándalo semejante! ¿Cómo hay todavía autoridades que toleren esas máquinas?

 

-         Tiene usted razón –le dijo otro señor- La verdad es que esa máquina para lo único que estaría bien es para tostar cacahuetes.

 

-No. Si yo no me refiero a la máquina precisamente –repuso el señor de las grandes voces-. La máquina es lo de menos. Lo que me parece intolerable es que se llame como se llama. ¿No ve usted la placa? “Alfonso XIII”. Llevamos ya dos meses de República, y aún no le han cambiado el nombre. Es un verdadero escarnio…

 

En esto, yo tuve que instalarme en mi vagón, y no oí más; pero hasta que llegamos a Vigo –y el tren tomó con bastante calma la tarea de transportarnos- fui pensando en la extraña psicología de aquél hombre, buen republicano al parecer,  que no sentía el menor deseo de sustituir con otras mejores las pésimas máquinas de nuestros trenes; pero que quería a toda costa ponerles unos nombres nuevos. Aquel hombre había votado, sin duda alguna, a favor del cambio de régimen, y se daba por enteramente satisfecho con que este cambio quedase consignado en los nombres de las cosas; pero si las cosas no cambiaban, ¿qué clase de cambio era el que había que consignar?

 

Luego, en Madrid, me encontré a millares de republicanos con la misma mentalidad, y el señor de Villagarcia fue perdiendo interés para mi. Donde decía “calle de Alfonso XII” aquellos republicanos ponían “calle de Alcalá Zamora”. Donde decía “plaza de Bilbao”, ponían “plaza de Ruiz Zorrilla”. No quedó un hotel con nombre monárquico, aunque en ninguno de ellos se procuró mejorar la comida y el alojamiento. El teatro de la Princesa tomó no sé que otra denominación, así como el Infanta Isabel; pero de las tonterías que solían representarse en ambos no se preocupó nadie. Los duques quedaron convertidos en ex duques, como si antes hubieran sido duques realmente, esto es, como si el título ducal hubiese constituido hasta el advenimiento de la República un cargo en activo. Al Real Cinema se le llamó Cine de la Ópera, y si el Royalty sigue siendo el Royalty, es porque, según parece, nadie se ha enterado aún de que royalty quiere decir realeza.

 

Si señores. La cosa me parecía increíble; pero tuve que irme convenciendo de que son legión los republicanos que, habiéndose creído durante la Monarquía partidarios de un cambio de régimen, no fueron nunca, en rigor, más que partidarios de un cambio del nombre del Régimen.


 

Julio Camba a los trece años dejó su familia, y como polizón, emigró a Argentina. En las orillas del Plata sentó plaza de “bullicioso y perturbador anarquista”, pecados de juventud,  teniendo que salir de allí, también sin pagar el pasaje, aunque esta vez no de polizón, sino por cuenta de la policía.

 

Colaboró con El Imparcial, El País, Diario de Pontevedra, España Nueva. Como corresponsal de ABC vive en París, Londres, ciudades alemanas… Nueva York; el trotamundos vuelve a España, a Madrid, hecho todo un políglota, sabía alemán, inglés, francés, italiano, algo de turco, algo de griego, algo de ruso.

 

Infatigable viajero, sagaz observador, profundo humorista; como escritor, pocos alcanzaron la propiedad en exclusiva de un estilo tan suyo, tan libre, se burlaba de todo.

 

Saludos