Me viene a la memoria una época de mi vida muy rica en producción poética, al menos eso creía este joven aficionado, estoy hablando de mis 12 a 14 años, ese tiempo en que poco a poco descubres que existen personas a las que con solo mirarlas sientes algo muy especial, ya tenía mis amores platónicos, normalmente mayores que yo, y generalmente eran rubias y lo siguen siendo, cosa que no tiene una explicación muy lógica, sin menospreciar a las morenas o pelirrojas que también han formado parte de mi ajetreada vida.
Me gustaba encerrarme en mi habitación a dar rienda suelta a mis sueños e inquietudes, a mis amoríos de ver, oír y callar, y digo callar porque la timidez no me abandonó hasta bien entrada la veintena, cuando, poco a poco, pasé de sonrojarme a ser un pendón verbenero.
Es en esa edad, con 14 años, que conocí a un poeta, para mí el sumun, el no vas más, aunque solo era un escritor conocido en los círculos literarios provinciales y poco más, y le pedí que leyera mi pequeño tesoro encuadernado en unos folios escritos a máquina. A los dos días me los devolvió diciéndome que le habían encantado, que siguiera y fomentara esa inquietud. Esas palabras me llenaron de orgullo.
Quiero añadir que llevo un tiempo buscando ese cuadernillo, aquellas poesías, pero deben estar tan bien guardadas que no se en qué rincón se encuentran, cuando menos lo espere vendrán otra vez a mi lado aquellos recuerdos, aquellas palabras de la inocencia.
Pasaron los años y quedó en el olvido ese encuentro con el poeta, pero de la forma más inesperada, en casa de una hermana mía encontré un libro de poemas de ese autor, leí un poco por encima sus páginas, (reconozco que me aburre un montón leer poesía, incluso la propia) y cual no fue mi sorpresa al encontrarme una poesía mía, con el mismo título y sin variar una coma. No lo podía creer pero allí estaban mis palabras, palabras robadas.
Ahora sé que ocurre muy a menudo, sé que algo de lo aquí escrito será utilizado por otros, o al menos servirá de base para construir otros edificios de letras y palabras. Todo se copia, todos vamos a la moda que nos dictan, aunque algunos nos empeñemos en ir contracorriente, no seguir pautas establecidas por otros, seguir las que nos indica el corazón.
. . .
Esta es la breve historia de una poesía robada, y no fue la única, aparecieron más palabras mías, más poesías, en un libro de autor, y no era yo.
Las palabras ajenas no tienen el mismo sonido en la voz del que suplanta.
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