Estoy convencido que se vive mucho mejor en comunidades donde se fomentan los lazos de unión entre las personas, que en aquellas donde hay grupos que se dedican a adorar sus diferencias.
La difusión del español en la España moderna no es una historia de prohibiciones y persecuciones de otras lenguas, sino una historia que se explica por el proceso de modernización de la sociedad, integración de las regiones en la economía nacional, mejora de las comunicaciones, movilidad social y compromiso de catalanes, valencianos, baleares, gallegos, asturianos, vascos… en empresas de política y comercio exteriores. Ese es el proceso que facilitó una lengua común. Dicho de otro modo: a los armadores del puerto de Barcelona de la época de Carlos III no se les prohibió hablar catalán, sencillamente, se les otorgó un reglamento de libre comercio para trasladarse por España, por América o por las colonias asiáticas. Rutas, en fin, donde la única lengua de comercio era la española, así que la hicieron suya. Es más, no solo la hicieron suya, sino que de paso se la enseñaron a los gallegos del litoral. Las empresas catalanas de pesquería o del textil que iban a Galicia solían ser un foco de difusión del español en los ambientes mercantiles urbanos. Lo mismo ocurría con los empresarios vascos.
Y esto no solo en España. Los catalanes en México y Centroamérica, como los gallegos en las Antillas y, en menor número, los vascos en Chile, representaron un papel importante en la difusión del español por Hispanoamérica durante el siglo XIX.
El español se hizo común en América no en los años de la Conquista, sino gracias a la emigración española de los siglos XIX y XX. Buena parte de ellas era gallega. La emigración gallega se concentró en el Caribe, las Antillas y Uruguay-Argentina y fue sin duda, una vía para el desarrollo de la comunidad lingüística, porque no tenía sentido hablar gallego en estos lugares y de vuelta a la península, si volvían, se traían el español puesto.
Hay una motivación económica en la difusión de la lengua común, pues lo importante de este proceso no es la lengua en sí, sino la gente puesta a cooperar, y cuando la gente coopera acaba confluyendo lingüísticamente. Si España se hubiera quedado anclada en el régimen foral de los Austrias, no se hubiera unido a las corrientes políticas, sociales, económicas, culturales que pasaban por Francia, Alemania, Inglaterra o Italia, hubiera seguido contando las distancias en varas o leguas, los dineros en reales de vellón y sus habitantes siguiéramos tardando quince días en ir de Madrid a Zaragoza, no hubiera habido necesidad de que la gente se comunicase y entendiese con facilidad, sencillez y de forma barata en una misma lengua. Como esto no ha pasado resulta que una lengua común resulta imprescindible. Las vinculaciones económicas y políticas, los intereses creados hacen brotar la lengua sin que el poder la imponga.
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Es evidente que esta idea que liga las necesidades materiales de comunicación al proceso de extensión del español choca con las actuales ideas nacionalistas, cuya filosofía consiste en explicarnos la Cataluña, la Galicia o el País Vasco que-pudieron-ser-y-no-han-sido. Aderezadas con el conveniente victimismo, las historias de persecución de lenguas tienen éxito porque a menudo apelan más al sentimiento herido que a la realidad.
Me pregunto qué ventajas económicas, sociales, culturales, se derivan de la reconstrucción lingüística de la España del siglo XV. Me pregunto si el nacionalismo, y quienes por convicción u oportunidad lo secundan, tienen lingüísticamente que ofrecer al común de los españoles (y al particular de catalanes, gallegos, vascos, valencianos, baleares…) algo mejor que el dominio neto e inequívoco de un medio de comunicación lingüística que está entre los tres grandes del mundo. Y me pregunto si en nuestro viaje hacia las normalidades de ayer, cuando se vivía estupendamente entre fueros, guerras comuneras, caminos de herradura y Santa Inquisición, no estamos olvidando asuntos fundamentales que empezaron a enseñarnos algunos atrevidos en la época del Renacimiento con su visión universalista del ser humano, un ser con libertad de conciencia, de expresión y de elección.
Porque el problema con que se enfrentan las normalizaciones lingüísticas es que en su afán por recuperar la tradición perdida o interrumpida o en horas bajas chocarán abiertamente con la democracia moderna. Al hacerlo se deslegitiman y se convierten en extraños vestigios de otra época. De cuando la gente estaba más ligada a la familia, el vecindario, el municipio y el cura y no necesitaba medios de comunicación fuera de esos círculos. Pero la gente ya no es así y ahora lo que ocurre es que el gallego, como el catalán o el eusquera como medios de comunicación no le ofrecerán solución a las múltiples necesidades comunicativas que se le plantearán a cualquier persona cuya vida no se limite, por ejemplo, a la Coruña.
Las personas valen mucho más que los pueblos, más que los destinos históricos, más que los abolengos y más que las lenguas. Es preciso recordar, ahora más que nunca, cuando la Declaración de Estrasburgo nos avisa de que "el neo-nazismo está buscando refugio en las minorías étnicas y lingüísticas de la Unión Europea allá donde ve que estas tienden a crear una comunidad particular y homogénea, con apelación a la raza, la sangre, la lengua, el territorio, etc."
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"Las comunidades enferman igual que las personas. Hay gente que se cree Napoleón y hay comunidades que repentinamente se consideran nación" !Y no te atrevas a ponerlo en duda! PD.- Me tomo unos días de vacaciones, mis mejores deseos para todos |