AL CORRO LAS PATATAS...

Al corro las patatas…
comeremos ensalada…

¡Sí, sí que te crees tú eso!

Tuve la mala suerte de pasar por allí y me metieron en medio y todas se abalanzaron a por mí al grito de:

¡Lesbiana la última!

¡Maaadre que se me ha roto todo!

Los médicos no sabían si tirarme al contenedor de la basura o dejarme de asfalto pretensado, pero… como de la ultratumba, del más allá,  salió un gemido… ¡Aaauuu!,  era yo, o lo que quedaba. Rápidamente me llevaron al hospital que fue mi casa durante tres largos años, allí me tuvieron que recomponer como un puzzle, el jodío Saudades parecía un madelman…

Después,  cinco años más de rehabilitación. De mi sólo había quedado el pellejo, aplastamiento general de todo, pero todo, “el  badajo” quedó  entablillado, y ya no fue igual, no se levantaba ni al paso de un regimiento de tías… pero el tiempo todo lo cura.

Está fuera de toda duda que los hombres pensamos con “el  badajo” que es el que manda órdenes al cerebro, que para eso está, para obedecer a su amo (esto les encanta leerlo a las mujeres, pero lo que no saben es que nuestras prioridades son otras, como el fútbol, del que sabemos más que los propios entrenadores,  la política, en la que estamos más puestos que esa casta de políticos que nos ha tocado, y  por último,  el descanso del guerrero, esto es el sexo, eso de lo que tanto alardeamos y sólo nos comemos las roscas que “ellas” quieren) ¿o no es así?

Unos años más tarde:

Hoy, ya puedo utilizar “el  badajo” con cierta alegría,  ya parece que vuelve a correr la sangre alocadamente cuando delante de mi pasa un monumento, hoy ya escucha los trinos de la mujer llamando a refocilarse,  y se encuentra como en sus mejores tiempos cuando acude a su llamada al grito de Tarzán.

¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!

Saudades